EPISODIO 18 • BANDIDO PARTE II

Yo lo sé. Porque he aprendido a posar para ustedes.

CAUTIVE SEASON

6/3/20256 min read

Hablemos de la hipocresía del Body Positive.

Hablemos sin miedo, con la crudeza que merece. Porque es fácil celebrar los cuerpos diversos… siempre y cuando esos cuerpos aún encajen en lo estéticamente aceptable. Porque detrás del discurso de amor propio y aceptación, muchas veces se esconde una verdad incómoda: la validación sigue teniendo forma, medidas y simetría.

Hablemos de ese privilegio silencioso que desbloqueas cuando tu cuerpo se ajusta a ciertos estándares: un abdomen plano, glúteos firmes y redondeados, piernas torneadas, brazos marcados, pectorales definidos. De pronto, el mundo te sonríe más fácil, las puertas se abren con menos esfuerzo, los likes llegan sin pedirlos y las miradas se detienen con más interés. La belleza física se convierte en una moneda de cambio. No la pediste, pero aprendiste a usarla.

Y luego, un día, ese cuerpo cambia.

Pierdes la forma, el ritmo, la rutina. Ganas peso o simplemente dejas de encajar. Y así, sin aviso, la atención desaparece.

La gente ya no te mira igual. O peor, ya no te mira. Tus likes disminuyen, los comentarios detrás de tu espalda comienzan a surgir, y con ellos, una parte de ti muere.

No es solo el cuerpo el que pierde forma. Es el alma la que se quiebra.

Te sientes extraviado, incompleto.

Un Derek te rompe, te lanza contra tu reflejo con brutalidad.

Un Octavio te rescata, te recuerda quién eres, quién puedes volver a ser.

Tu mente te traiciona, tu autoestima se desvanece.

Pero en medio del derrumbe, aparece tu hermano y te sostiene cuando tú ya no puedes más.

Y entonces, algo nace en medio del caos: la motivación. No la superficial, no la que viene de las frases cliché. Una verdadera, visceral, alimentada por el dolor, por la humillación, por la ausencia de amor propio.

Pasa el tiempo. Un año, tal vez más.

Te enfrentas a tus dismorfias, a tus demonios, a tu cuerpo y a tu historia.

Y poco a poco, renaces.

El físico vuelve, sí, pero esta vez no es solo músculo. Es resistencia, es decisión, es evolución.

Vuelves a ser tendencia. Los likes regresan.

Los comentarios ahora no solo halagan tu apariencia: ahora admiran tu disciplina, tu cambio, tu mente.

Y tú, que ya conoces lo efímero del aplauso, usas ese privilegio de otra manera.

Con consciencia. Con propósito.

No para llenar vacíos, sino para construir caminos.

Para conseguir tus metas, tus proyectos, tus sueños.

Y entonces, TikTok te abraza.

Las redes te alaban.

Pero tú ya no dependes de eso.

Tú ya sabes quién eres, con o sin cuerpo, con o sin aplausos.

Y la gente, esta vez…

Queda cautiva, no de tu físico.

Sino de tu historia.

De tu fuerza.

De ti.

✦ ✦ ✦

¿Pero a quién engañamos?

Vivimos en una era donde lo visual lo es todo.

Donde lo que vale no es lo que haces, sino cómo te ves.

Un mundo de redes sociales donde la imagen ha desplazado a la esencia, donde la atención se mide en píxeles, no en profundidad.

Donde si no entras en el molde de lo deseable, simplemente no existes.

Yo lo sé.

Porque he aprendido a posar para ustedes.

A retocar mis fotos, a esconder mis inseguridades bajo filtros que simulan perfección.

A mostrarme más provocativo, más sensual, más “consumible”.

A darles justo lo que quieren. Shorts más cortos. Piel más visible. Gestos más sugestivos.

Porque he visto lo que sucede cuando subo una ilustración…

Cuando comparto una idea, un drop nuevo, una historia construida con pasión.

El algoritmo me entierra.

El público me ignora.

Nadie mira mi arte… pero todos corren a ver mi cuerpo.

Y entonces me pregunto:

¿De qué sirve la mente si lo único que quieren es mi piel?

¿De qué sirve todo lo que soy, si ustedes solo reaccionan a lo que despierta su deseo?

Mi arte no los cautiva.

Lo que los cautiva es la silueta.

Es el V-line.

Es el Ello, ese impulso primitivo que gobierna sus reacciones.

Ni su Yo, ni su Superyó, ni la conciencia moral o el juicio racional.

Solo el deseo crudo, el hambre disfrazada de like.

Y uno aprende. A golpes, a vacíos.

Aprende a sobrevivir en este ecosistema donde el cuerpo es moneda y el alma, estorbo.

Comienzas a mover los hilos de otra forma.

A convertirte tú en la obra.

Pero no como soñabas. No como artista. Sino como espectáculo.

Ya no importan tus proyectos.

Ya no importan tus ideales, ni las raíces culturales que tanto defendías.

Ahora tú eres la imagen.

La imagen del bandido.

Un bandido que fue roto una y otra vez hasta que se volvió símbolo. Hasta que entendió que era más fácil conquistar que conectar.

Tus producciones ya no cuentan historias: te venden.

Tus ilustraciones ya no transmiten tu alma: muestran tus abdominales.

La cultura que amabas desaparece debajo de los likes que provoca tu cuerpo.

Y así, me ves.

Como una figura de deseo.

Como un platillo exquisito servido en la mesa digital.

No como Onami, no como el creador, no como el alma detrás de cada trazo.

Me consumes.

Pero no me conoces.

Me celebras.

Pero no me valoras.

Porque para ti…

Soy solo eso:

Un cuerpo.

Un bandido.

Una imagen.

Y aún así, aquí sigo…

Preguntándome si algún día alguien verá lo que realmente soy

detrás de la piel.

✦ ✦ ✦

Y así ha sido…

Desde hace un año exacto.

Aprendí a sobrevivir en carne viva.

A convertirme en lo que desean, sin dejar de preguntarme quién soy.

Aprendí que si quería lograr mis metas, tendría que jugar un juego que nunca me gustó del todo,

un juego donde el cuerpo habla más fuerte que el alma,

y donde la autenticidad debe disfrazarse para poder pasar.

Y entendí también…

que tal vez algún día podré volver a hacer algo que me apasione desde lo más hondo,

algo real, algo que no necesite de una pose o de un cuerpo semidesnudo para que lo vean.

Pero ese día no ha llegado.

Así que camino en este presente ambiguo, donde brillo ante sus ojos, pero me observo desde la distancia.

Tu comentario…

Ese que lanzaste sin pensar, sin filtro, con tanta sinceridad…

Me atravesó.

No porque fuera verdad, sino porque me rompió justo cuando intentaba sostenerme.

Desde entonces, dejé de hacer bien las cosas.

Ahora las hago distinto.

Más frías, más calculadas.

Puedo parecer excepcional a la vista de ustedes,

pero ante Onami… solo soy el operador, el controlador de este cuerpo.

La marioneta consciente que intenta sacar al yo verdadero del pantano emocional donde aún se arrastra.

Porque después de asistir a funerales difuntos,

de ver cómo se van los que amabas o los que juraban quedarse,

de presenciar la muerte

el corazón ya no se abre igual.

Se cierra con llave.

Se endurece.

Y con ese cierre, se van los remordimientos…

pero nacen los pensamientos fríos, certeros.

La estrategia reemplaza al impulso.

La máscara reemplaza al rostro.

Y entonces… canto.

“Uh, cautiva… sé que te cautiva…”

Sí.

Lo sé.

Porque aunque me miren de lunes a miércoles,

es el maldito martes el que nadie puede predecir.

El que arde más.

El que perturba.

Ese martes soy Ornel.

Ese Onami en el que no puedes dejar de pensar…

aunque no lo entiendas del todo.

Discretamente, contradictoriamente,

los tres estamos disfrutando este momento:

Yo, tú, y el eco de lo que fuimos.

Un instante suspendido en el anonimato,

cuando todavía no somos nadie,

cuando aún no somos reconocidos,

cuando las multitudes apenas empiezan a girar la cabeza…

pero aún no han quedado cautivas por completo.

Porque es así:

Cada historia que subo me da diez seguidores…

y me quita veinte.

El interés es hipócrita.

La atención es falsa.

Esperas que te siga para entonces regalarme likes como si fueran trofeos…

pero jamás te tomarás un segundo para entender lo que hay detrás de este cuerpo.

Y si lo haces…

no sabrías ni por dónde empezar.

Mínimo yo…

me vendo en nombre del arte.

Mínimo yo sé lo que estoy haciendo.

Tú, ni siquiera sabes por qué existes en línea.

Y aquí estoy.

Un año después.

Sentado frente a tu tumba.

Y al mismo tiempo, de la mano de alguien que ahora se me hace extraño mientras maneja.

Pensando en todo lo que he sobrevivido.

En todas las veces que estuve a punto de quebrarme.

Y en cómo tus palabras, las que un día fueron cuchillo,

hoy son leña para mi fuego.

Te hablo a ti, desde tu tumba,

y también a ti, desde el asiento del copiloto.

Les hablo a ambas versiones de quien me marcó.

Mientras me preguntas con la mirada, sin decir nada:

¿Te cautivo lo suficiente ahora?

Y no sé si esperas una respuesta.

Porque la verdad…

ni yo sé si aún se trata de cautivar…

o de liberarme.