EPISODIO 17 • MENTORES

Ellos también me criaron. <3

CAUTIVE SEASON

5/9/20255 min read

Estaba en sexto de primaria cuando empecé a ir al ciber. En casa no teníamos internet, así que esa hora frente a la computadora se volvía mágica: la dedicaba por completo a ver videos musicales de mis artistas favoritos. Ahí fue donde, por primera vez, sentí una fuerte atracción por un artista y su universo —como mentores para mi, me cautivaban sus conceptos, sus visuales, su forma de ser, todo envuelto en sus obras de arte. El mundo del pop me rodeaba por completo. Antes de eso el canal de música que ponía mi mamá sonaba de fondo mientras mi ella atendía a sus clientes, y yo esperaba con ansias los estrenos musicales, atrapado por cosas tan enigmáticas como el video de Born to Die, que parecía estar en rotación eterna.

Recuerdo sentir un enigma por sus identidades visuales y como cada uno brillaba a su manera, todos ellos, como mentores, han aportado a mi vida no solo su trabajo, sino también sus vivencias. No se puede separar el arte del artista, porque son uno mismo. Por eso, abrazas tanto sus luces como sus sombras, y aprendes a disfrutar de su legado con mayor profundidad. Al final del día, de forma indirecta, ellos también me criaron.

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Hubo un tiempo en el que viví intensamente las guerras de fandoms: KP contra TS, NM contra CB, y muchas otras más. A veces tomaba partido, como quien elige un bando en una batalla épica; otras veces simplemente me aburría, porque en el fondo, disfrutaba de todos ellos. Me gustaba poder consumir sus mundos sin etiquetas, sin culpa, sin necesidad de sentir orgullo por preferir a uno sobre otro.

Era la era dorada de Onami. En aquel entonces, cada nuevo proyecto visual de mis artistas favoritos era como una droga nueva: adictiva, fascinante, imposible de soltar. Querer descifrar cada mínimo detalle, encontrar los hilos invisibles entre símbolos y colores, lo hacía sentirse más vivo que nunca. Le apasionaba. Lo encendía. Lo elevaba. Y todo eso empezó a reflejarse en sus primeros proyectos, donde sin haber estudiado producción ni tener una formación formal, fue capaz de entender, reinterpretar y mejorar una franquicia ajena. Aquello lo colocó en la mira de muchos.

Pero no se trataba únicamente del talento para crear, sino de una habilidad más rara: absorber conocimiento con humildad, dejar que las obras lo habitaran por completo y, desde ahí, crear algo nuevo. Onami descubrió muy pronto el poder que tenía entre manos: la capacidad de cocinar universos tan cautivadores como aquellos que lo habían hecho soñar. Universos capaces de despertar en otros las mismas emociones que él sentía al consumir los de sus mentores, pero elevados al máximo, como si el acto de crear fuera en sí mismo una forma de vivir intensamente.

Con apenas 15 años, sus redes sociales empezaron a mostrar cifras que le eran completamente nuevas. Todo gracias a sus aportaciones a una franquicia que ni siquiera era suya. Sin embargo, pronto chocó con dos límites: el primero, entender que nunca podría superar a los verdaderos dueños de esa franquicia; y el segundo, que aferrarse a un solo universo visual no le permitiría evolucionar ni expandirse.

Probablemente Onami había entrado en un punto de estancamiento. Tenía solo 16 años y el mundo entero estaba en pausa por una pandemia. A esa edad, ya sentía que había fracasado, como si no tuviera más tiempo ni permiso para equivocarse, para seguir probando, para seguir creando.

Como artista si eres alguien muy cerrado a probar o ver nuevas cosas, es el inicio de tu muerte creativa. Es donde comencé a incomodarme y empecé a conocer nuevos mundos visuales, nuevos mentores. De Miércoles a Lunes, llegó un Martes y así mismo también llegaron nuevos mundos, nueva música, nuevos visuales, así como con la re conexión con mi bsf, abrazaba mucho a mis mentores, pero conocer a los de ellos, me hizo entender algo nuevo. Ahora más que nunca me gusta incomodarme y descubrir nuevos caminos.

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El mundo del pop me rodeaba. LDR y TW marcaron mucho la mitad de mi adolescencia y cada vez que escuchaba sus voces, veía sus visiones, entendía que la creatividad no tiene límites. Pero no me quedé ahí. El pop me abrió una puerta, y de repente, redescubrí artistas como B. Con ella, todo es como un imperio, un imperio romano de inspiración, un lugar donde la perfección no solo era posible, sino que eso lo necesario.

Con mis amigos aprendí a entender otros mundos, mundos regionales, universos sonoros que antes me eran ajenos. Comprendí el fenómeno de BB más allá del estigma de una voz “peculiar”; entendí que detrás de cada artista hay una historia, una contradicción, y al abrazar esas contradicciones, abracé también el cambio. Y en ese abrazo, algo en mí comenzó a transformarse.

¿Qué se hace después de haber superado, aunque sea por un instante, a los dueños de una franquicia en números? Se prueba con uno mismo. Se lleva ese potencial al terreno más difícil: el propio. Con la diferencia de que, esta vez, ya no soy una figura respaldada por un fandom, sino simplemente yo. Un desconocido para el mundo. Tengo que darme a conocer, confiar en mí, en mi talento, en mis ideas… y tener el coraje de exponerme sin red de seguridad.

Desde la última vez que trabajé en aquel proyecto que tanto me dio, algo se había apagado. La pasión parecía haberse evaporado. Pero entre las polémicas actuales de mis mentores, los cambios en mi personalidad, mis renacimientos espirituales… algo volvió a prenderse dentro de mí.

Onami había estado ausente por mucho tiempo. Octavio ha sido un gran apoyo, constante, firme. Pero ahora siento una fuerza que no puedo ignorar. El talento está. Lo que falta es presupuesto. Y aunque ese obstáculo es real, no permitiré que me detenga.

Hace apenas unos días asistí a mi segundo concierto en toda mi vida. El primero fue el de H. El segundo… el de KP. La primera mentora de toda mi existencia. Cuando la vi elevarse sobre el escenario, las lágrimas me cayeron sin que pudiera evitarlo. No por tristeza, sino por sanación. Por entender, finalmente, que hay que brillar pese a las circunstancias.

Entendí que el artista debe reinventarse, sí, pero no solo en estética o concepto, sino en espíritu. Hay que abrazar nuestras luces y nuestras sombras. Ya no esperaré la aprobación de nadie, ni viviré esperando que alguien me entienda.

Aventaré los dados. Comenzaré el juego. Lo haré con todo mi corazón, con la misma pasión con la que mis mentores me enseñaron a hacerlo, incluso en medio del caos.

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