Un Santo Bandido una vez dijo: Te imploré un respiro, como un mártir pide clemencia, mas tú rogaste que no, atándome con cadenas de devoción forzada. Al final, dejaste de cautivar mi espíritu, y antes de que las flores cetrino se marchitaran, ya buscabas consuelo en otros placeres profanos, cual pecador huyendo del altar sagrado. Existes en mi plano solo si yo quiero que existas, bienvenidos al Cautiverio.